El príncipe Felipe se ha pasado estos días por la cumbre de la telefonía móvil que ha tenido lugar en Barcelona. Por la televisión me he enterado de que comentó que él usa dos móviles, algo así como uno de trabajo y otro para sus asuntos privados. Diversas personas me han preguntado sobre la seguridad de las comunicaciones oficiales del Gobierno y de la Casa Real y creo interesante explicarlo.
El príncipe puede tener dos móviles pero la seguridad debería ser la misma. Esa que ha diseñado el Centro Criptológico Nacional -dependiente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI)- para las máximas autoridades del país. Ellos piensan, y razones tienen para ello, que no es posible violar la seguridad, por lo que las conversaciones oficiales no pueden ser pinchadas.
El matiz está en que esa máxima seguridad se ofrece cuando el emisor y el receptor de la comunicación utilizan el sistema encriptado, pero no cuando solo lo hace uno de ellos. Es lo que le pudo pasar a Angela Merkel: la NSA no pudo grabar las conversaciones que mantuvo con los ministros que disponían del mismo encriptamiento que ella, pero sí cuando hablaba con cargos de su partido o con cualquier otra persona que era ajena a ese sistema de seguridad.
Lo mismo que al príncipe le pasa a los altos cargos del gobierno. Si utilizan la red fija de telefonía asegurada por el CNI no parece que haya problemas, pero fuera de ella el tema se complica. Así pasó con el anterior presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que acostumbraba a dedicar la última hora de cada día a mantener conversaciones con altos cargos del partido, asesores y amigos, sin que ninguno de ellos tuviera esa alta protección en sus móviles.
El CNI no solo encripta los móviles y las líneas fijas de telefonía, también explica a los altos cargos qué deben hacer para garantizar la seguridad de la información. Que luego lo cumplan es problema de ellos.
viernes, 28 de febrero de 2014
viernes, 21 de febrero de 2014
23-F: La fotografía con el mensaje oculto
El 26 de octubre de 2009 fallecía en la clínica Rúber Internacional de Madrid,
a los 91 años de edad, Sabino Fernández Campo, conde de Latores y teniente
general honorífico del Cuerpo Militar de Intervención, empleo inexistente en
dicho Cuerpo. Con este motivo, Manuel Rey, un destacado agente del CESID ya retirado, escribió un artículo clave sobre el intento de golpe de Estado del 23-F, que me ha autorizado a reproducir. Hay que leerlo con cuidado...
Tras muchos
años de servicio al lado del Rey Juan Carlos I, el 8 de enero de 1993 cesó como
Jefe de su Casa manteniendo desde entonces un misterioso silencio público, roto
en muy contadas excepciones a través de algunas entrevistas o artículos de
opinión.
De Sabino se
valoraba sobre todo su profundo conocimiento de lo acaecido en el palacio de La
Zarzuela la noche del 23 de febrero de 1981, así como en las primeras horas del
día 24. Aunque él mismo reconociera que le faltaban algunas piezas del
rompecabezas que suponía el 23-F y que había renunciado a completarlas porque,
en ocasiones, “el que busca afanosamente
la verdad, corre el riesgo de encontrarla”.
Sin embargo,
desde la mañana siguiente a su fallecimiento, no fueron pocos los políticos, y
especialmente algunos columnistas, que manifestaron ser depositarios de
confidencias íntimas del conde de Latores, que curiosamente sólo se atrevieron
a hacer públicas tras su muerte, cuando el finado ya no podía corregirles, matizarles
o negarles.
Todos,
políticos y periodistas, se han pavoneado de conocer a través de Sabino
Fernández Campo ciertos acontecimientos acaecidos la aciaga noche de aquel 23
de febrero, pero sin mostrar pruebas de sus confidencias ni exponer datos más explícitos.
Así, el
escritor y periodista Abel Hernández, tras publicar un libro titulado “Suárez y
el Rey”, por el que mereció el premio Espasa de Ensayo 2009, no tuvo el más
mínimo pudor en declarar que el conde de Latores había sido una de sus fuentes,
e incluso que en su libro “está el último
testamento de Sabino Fernández Campo”.
Actitud similar
tuvo el periodista Carlos Dávila que, al día siguiente del fallecimiento del
teniente general, abría el periódico que dirige, “La Gaceta”, con un elocuente
“Lo que nunca contó Sabino” y que firmaba con no poca arrogancia como “Un
testigo pertinente: Carlos Dávila”. El primer párrafo de su crónica, en el que
reproduce la advertencia que según él le hizo el confidente “si publicas una de estas cosas antes de que
tú o yo muramos, te retiro el saludo”, no dejaba de ser tan llamativo como
contradictorio. También, alardeaba de haber mantenido numerosas conversaciones
con Fernández Campo, sobre todo después de que éste abandonara La Zarzuela…
Es cierto que
en alguna ocasión Sabino se refirió al 23-F de forma ciertamente reveladora,
pero siempre con gran prudencia verbal y dejando que se interpretasen sus sibilinas
insinuaciones, sus gestos y hasta sus silencios, en un lenguaje propio de
personas inteligentes. Una de las muestras más significativas de esta peculiar
forma de proceder tuvo lugar el 1 de marzo de 2009, con motivo de una
entrevista concedida al diario “La Razón” en la que, teniendo como excusa
principal la discutida reforma de la Ley del Aborto, fue preguntado también por
la recurrente cuestión del frustrado golpe de Estado. Pero su mensaje más
interesante no se encuentra precisamente en el críptico texto de su respuesta, “lo que viví la noche del 23-F lo he escrito
sólo para mí”, sino en la fotografía que de forma expresa acompaña su
comentario.
Para ilustrar
su entrevista, Sabino decide posar delante de su extensa biblioteca con uno de
los muchos libros publicados sobre el 23-F. Y es precisamente en la elección de
ese libro donde, a mi entender, radica el mensaje que transmite el que fuera secretario
general de la Casa del Rey durante aquel suceso. El libro elegido es precisamente
el que lleva por título “23-F: Ni Milans ni Tejero. El informe que se ocultó”
(Foca Ediciones, 2001), cuyo autor es mi amigo el coronel Juan Alberto Perote.
Esta instantánea gráfica es difícil de obtener en la actualidad pues, con
posterioridad a su publicación original en la entrevista de “La Razón”, fue
ampliada haciendo desaparecer del encuadre las manos y el libro en cuestión que
sujetaban de forma bien llamativa.
¿Qué mensaje
estaba enviando Fernández Campo con la particular selección del libro del
coronel Perote? Parece evidente que, de forma plástica y sin necesidad de
pronunciarse más al respecto, nos está señalando un documento fundamental para
comprender algo mejor lo acontecido el 23-F, ya que es evidente que el libro
señalado no aparece de forma fortuita.
Por primera vez
se señala al teniente general Joaquín de Valenzuela y Alcíbar Jáuregui, en
aquellas fechas jefe de la Casa Militar de Su Majestad, como el posible
sustituto de Adolfo Suárez. Tanto Milans como Armada “sabían que en el caso de que se desembocara en una salida puramente
militar, el candidato no sería Armada y, sin necesidad de hacerse confidencias,
los dos pensaban en el teniente general Valenzuela”. Con esta candidatura
se evitaba dar una nueva patada al escalafón, como sucedió cuando se ascendió
inmerecidamente a Gabeiras a teniente general para que fuera designado JEME,
pues el nombramiento de Alfonso Armada Comyn, un general de división, supondría
otra afrenta para los numerosos tenientes generales que, en aquellas
circunstancias extraordinarias, podrían ser el denominado “elefante blanco” que
tomara el relevo del presidente Suárez. Su proximidad al Rey también era
evidente y su prestigio militar mucho mayor.
Este mensaje
fotográfico y silente de Sabino Fernández Campo sobre el 23-F, el último que
nos legó en vida, nos lleva a alguna otra reflexión sobre el tema, todavía no
suficientemente explicado. Si el teniente general Valenzuela era en realidad el
“elefante blanco” previsto para presidir el nuevo gobierno de reconducción o
“salvación nacional” ¿por qué razón dicho papel fue asumido finalmente por el
general Armada? ¿Hubo dos elefantes blancos y en consecuencias dos intentonas
golpistas distintas? ¿Pudo desactivarse el golpe militar en el que Valenzuela
sería “el hombre del Rey” cuando Adolfo Suárez dimitió de motu proprio, activándose de inmediato una segunda asonada para
imponer a Armada en la Presidencia del Gobierno contra viento y marea…?
Para contestar
esas y otras preguntas ciertamente definitivas, quizás tengamos que esperar a
conocer las memorias póstumas de Fernández Campo, celoso guardián en vida de
las claves más profundas del 23-F. Según los periodistas esas vivencias existen;
aunque su viuda, María Teresa Álvarez, también periodista, y el propio Sabino
lo han negado. “Lo que puedo decir carece de interés y lo que tiene interés no
lo puedo decir”, solía afirmar el conde de Latores.
Manuel Rey Jimena
miércoles, 19 de febrero de 2014
Frederick Forsyth se equivoca, las mujeres son grandes espías
El prestigioso escritor
Frederick Forsyth acaba de publicar una nuera novela, "La Lista".
Seguro que la leeré, como he hecho con la mayor parte de las que ha publicado
hasta el momento. Tiene un genio natural para meterse en asuntos complicados y
desarrollar tramas novedosas. Todavía recuerdo el impacto que me produjo
"Los perros de la guerra", verdaderamente genial.
"La lista",
según comenta en una entrevista que le ha hecho el diario ABC, va de espías,
mercenarios, terroristas, secuestros y asesinatos. Un thriller de esos que van
a quinta velocidad, seguro. Y viniendo de su pluma tiene un éxito garantizado.
En la entrevista me ha
dejado preocupado la opinión que manifiesta sobre el papel de las mujeres en
estos mundos tan duros. Dice que no tienen presencia en esos ambientes y ante
las dudas planteadas por el entrevistador, añade tajante: "Cuando
presentan a una mujer sexy en uniforme como jefa de las fuerzas especiales
británicas, me temo que no es el caso. El jefe será probablemente un antiguo
comandante del Special Air Service (SAS, uno de los regimientos de las fuerzas
especiales británicas). Y no es sexismo, es un regimiento durísimo, caminan 40
kilómetros con 60 kilos a cuestas, no creo que sea una bestialidad decir que no
es fácil para una mujer".
Hasta la Segunda Guerra
Mundial, los jefes del espionaje consideraban que las chicas no tenían un
hueco en el espionaje. Era cosa de tipos duros. En todo caso, las daban papeles
en los que podían sacar provecho de su aparente debilidad y de la tendencia de
muchos hombres a volverse locos y perder los papeles por las curvas de su
cuerpo.
La guerra sirvió para
demostrar al mundo que estaban equivocados. Muchas mujeres contribuyeron a la
victoria aliada y fueron torturadas y dieron su vida por la causa, sin aceptar
la delación a cambio de salvar la vida.
El machismo quedó
latente ahí durante muchos años, aunque fuera de baja intensidad. Ya en los
años 70 y 80 las mujeres entraron a desempeñar todo tipo de funciones en estos
menesteres con idénticos o mejores resultados que los hombres. En las unidades
operativas de todos los servicios secretos del mundo, las mujeres juegan su
papel de "James Bond" en las mismas condiciones que los hombres. No
tienen privilegios, mismo trabajo, mismos riesgos.
Por
eso, no entiendo las palabras de mi admirado Forsyth. Se equivoca totalmente.
jueves, 13 de febrero de 2014
Se buscan espías gays o lesbianas
El
“Quinteto de Cambridge”, de cuyos integrantes he hablado
detenidamente en otras entradas del blog, dejó a los servicios secretos ingleses
llenos de heridas infectadas por todas partes. Prestigio, confianza,
seguridad…fueron llagas que les costó curar muchos años.
Paralelamente, la
presencia de Guy Burgess y Anthony Blunt, dos homosexuales, en el
grupo, avivó la fobia que ya existía en el espionaje sobre la presencia en sus
filas de tipos alejados del prototipo de James Bond.
Un agente promiscuo
les presentaba menos problemas para la seguridad interior que un gay.
Muchos
se preguntarán, con razón, cuál es el motivo por el que siendo tres los
heterosexuales del grupo y sólo dos los gays, se despertara ese sentimiento
homófobo. Sin duda, ya había un sentimiento, que muchos consideraron ley, de
que los homosexuales eran más vulnerables al chantaje, probablemente porque
después de la Segunda Guerra Mundial muy pocos salían del armario y
simulaban intencionadamente su amor por las mujeres para evitar el vacío de la
sociedad.
Este estigma se prolongó durante años. En la década de los 80
se fue relajando el rechazo, aunque el ocultamiento de su condición sexual por
parte de los candidatos se seguía produciendo. Se les empezó a admitir, aunque
evitando que ocuparan puestos de responsabilidad.
Finalmente, en 2008
cambió radicalmente el planteamiento de los mandos del MI5. De
aparcarlos, pasaron a buscar nuevos agentes que fueran homosexuales. Además, lo
hicieron público reconociendo que al igual que buscaban para captar musulmanes
británicos y personas que hablaran diversas y extrañas lenguas árabes, también
querían gays y lesbianas por su capacidad de moverse en ambientes hostiles y
relacionarse con otras minorías.
De hecho, establecieron una colaboración con Stonewall,
el principal lobby homosexual del Reino Unido, para que les asesorara en
esa tarea. Y en 2009 aparecieron en la guía que edita esa organización
con el listado de las empresas e instituciones donde gays y lesbianas pueden
estar seguros de recibir un buen trato.
Los tiempos han cambiado en el
espionaje. Antes odiaban a los homosexuales, a los que veían como personas
débiles, y ahora quieren tenerlos en sus filas por sus cualidades para la
infiltración.
viernes, 7 de febrero de 2014
John Le Carré, el espía surgido del frío
Fue
un secreto guardado celosamente. Durante años, hubo muchos comentarios que
señalaban a John Le Carré, el mejor escritor de novelas de espionaje, como un
antiguo agente de los servicios secretos ingleses. Tuvieron que pasar décadas
antes de que reconociera su apasionante labor como agente secreto. Esta es su
historia.
“Sí,
sería ingenuo negarlo ahora. Primero estuve en el MI5 y después en el MI6.
Pero nunca hablo sobre lo que hice; sencillamente, no se puede”. Corría el año
1993 cuando el gran escritor David Cornwell, conocido en el mundo
entero como John Le Carré, reconoció al fin que su profundo conocimiento
sobre el mundo del espionaje inglés no se basa exclusivamente en su capacidad
de investigación, sino en que había sido uno de ellos.
El creador de ese
personaje apasionante que fue Smiley reconoció, en una entrevista
concedida a Abc, que su carrera comenzó cuando estaba estudiando en la Universidad
de Berna, en Suiza: “Me encontraba muy integrado en la comunidad
inglesa. Un diplomático me encargó algunos trabajos tan triviales y minúsculos
que realmente no tenían ninguna importancia, pero yo iba por el mundo
considerándome el mayor espía del mundo y le entregaba un paquete a un
caballero en Ginebra o buscaba a alguien con un ejemplar de la revista Time
de la semana pasada. Fuere como fuere, yo me veía como la personificación
masculina de Mata-Hari”.
Después, Cornwell fue a estudiar al Lincoln
Collage de Oxford, donde le encargaron espiar a sus compañeros para
detectar la presencia de agentes soviéticos: “Existía la convicción de que los
rusos, los soviéticos y sus aliados, tratarían de reclutar entre las filas de
los estudiantes de Oxford en los años cuarenta de la misma manera que lo
habían hecho en Cambridge durante los años 30”.
Posteriormente,
“fui reclutado por las ramas civil y militar de los servicios de inteligencia.
Creo que cuando se me presentó la opción me pareció intensamente atractiva. Es
como si toda mi vida hubiera sido una preparación para ese momento. Era entrar
en el sacerdocio”.
Tras cumplir los 21 años, fue enviado a Viena:
“Era absolutamente necesario y desde luego una gran responsabilidad para
alguien aún muy joven. Pero allí fue donde aprendí los rudimentos del
espionaje”.
El origen de su alias John Le Carré está en que cuando se
decidió a publicar su primer libro en 1961, sus jefes no le pusieron
problemas, pero le advirtieron que siendo espía no podía utilizar su auténtico
nombre. Así que un día, mientras iba en autobús lo tomó prestado del anuncio
publicitario de una sastrería.
Desde 1960 hasta 1964 trabajó en
la embajada inglesa en Bonn. Allí contempló cómo se levantaba el muro
de Berlín, lo que le llevó a escribir su primera gran novela “El espía
que surgió del frío”. Poco después, gracias al gran éxito que obtuvo,
abandonó el MI6. El espionaje perdió un gran agente y los lectores
ganamos al mejor de los novelistas.
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)