A Luis Ignacio Zanón le costó decidirse
a aceptar el destino en Irak. Cuando se lo ofrecieron por primera vez pensó que
no se le había perdido nada en tierras
tan lejanas.
Luis Ignacio, Nacho para todos los que le conocían y Nachete
para sus personas más próximas, tardó mucho tiempo en ser la persona disciplinada
que se supone deber ser un militar. No era un tipo duro que disfrutara como
loco con la vida cuartelera. Era divertido, alguien que gustaba de la compañía
de los amigos y la familia, que llegaba a casa de sus hermanos y se tiraba en
el suelo para jugar con sus sobrinos como si fueran de su misma edad. Era el
hijo que siempre acompañaba a su padre al estadio Vicente Calderón para ver al
Atlético de Madrid, el equipo de sus sueños, el que exigía más cariño y lealtad
que cualquier otro de los grandes.
En 1987 aprobó las oposiciones a radiotelegrafista del
Ejército del Aire y al terminar en 1991 fue destinado a la base de Torrejón. Allí
le surgió la posibilidad de irse destinado al CESID. En
agosto de 1994 comenzó a trabajar en el Centro de Comunicaciones. Esa vida le
gustaba, aunque no terminaba de llenarle. Pensó en estudiar una carrera, pero
hacerlo al mismo tiempo que trabajaba le exigía una perseverancia de la que carecía.
Mientras estaba en el servicio de inteligencia se casó. Amaba
a esa mujer tan distinta a él, que le ataba y le exigía que afrontara la vida
desde una perspectiva menos soñadora. No le importó al principio, pero con el
paso de los años se dio cuenta de que no era feliz.
Se enteró de que el servicio secreto buscaba un agente de su
perfil para Kosovo. Del espacio cerrado en la sede del CESID en Madrid en el que
llevaba años trabajando, pasó a ser un agente de calle. En un hospital de
albano-kosovares conoció a Buqe –flor de azahar en su idioma-, una veinteañera
muy guapa que hablaba algo de español. Fue un flechazo.
El día de la separación llegó. El agente del CESID regresó a
España convencido de que lo único que deseaba era comenzar una nueva vida con
ella. Acudió a una abogada para poner fin a su matrimonio. La letrada nunca
entendió por qué aceptó unas condiciones tan leoninas. Ella se quedó el piso y
todo lo que habían comprado juntos. Él, con el perro.
Buqe vino a España, se casaron y se quedó embarazada de su
hijo Luca. Nacho encontró la tranquilidad que había estado buscando. Había
madurado y debía buscar un nuevo camino para que su familia viviera mejor.
Cuando el verano del 2003 se acercaba, Nacho recibió una oferta
difícil de asimilar: el CNI buscaba urgentemente a alguien con su perfil para
cubrir una vacante en Irak que se había presentado a concurso y que no había
pedido nadie. Era más dinero y le vendría de fábula, pero estaría seis meses
fuera y no le apetecía separarse de su mujer y su hijo. Además, Buqe estaba nuevamente
embarazada y esperaban el nacimiento para diciembre, mes en el que él estaría en
Irak.
Habló con su jefe y le propuso aceptar la vacante -como hacen habitualmente muchos agentes- a cambio
de que al regreso de tan peligrosa misión le buscaran una embajada en
Centroeuropa como segundo de la Consejería de Información. Tras las oportunas
gestiones, su jefe cerró el trato. Hubo un problema añadidosufría una hernia
discal, que todavía no era muy grave, pero que le producía molestias en la
pierna.
En agosto viajó a Irak con Martínez. Formaban un equipo
curioso integrado por el comandante que mejor conocía el país y un sargento
primero novato que no estaba escasamente preparado para la misión.
Zanón conocía sus limitaciones, pero no esperaba encontrarse
con un tipo serio, estructurado y muy disciplinado, mientras él era divertido, algo
caótico y con mucha voluntad. La relación fue inicialmente complicada, pero con
el paso de los meses mejoró. A principios de octubre, Zanón empezó a recibir
llamadas amenazadoras, similares a las que también recibía Martínez.
El 7 de octubre Nacho salió de Nayaf con destino a Bagdad
para comenzar dos semanas de vacaciones. Se sentía embriagado por el deseo de
pasar unos días con su mujer y su hijo Luca. Antes tendría el placer de
disfrutar con su amigo Bernal, que le daría cobijo en su casa de Bagdad. Allí
pasaron los dos un día de confidencias, risas y buenos momentos. Al día
siguiente Bernal le acercó hasta el aeropuerto. Desde allí Zanón viajó a Amán
para coger otro avión que le llevara a Madrid.
Es fácil imaginar sus ganas de que el avión aterrizara en
Barajas y poder besar a su familia. Lo que no podía imaginar fue la presencia
de uno de sus jefes. Allí mismo le dio la noticia: hacía unas horas que habían
matado a Bernal en la puerta de su casa. Todos sus planes se esfumaron. Fue uno
de los hombres que transportó los restos de Bernal, con el corazón roto y la
cabeza ausente.
Sus
padres, impresionados por la muerte de su amigo, le pidieron que no regresara a
Irak: “Estás dolorido, tienes una hernia que apenas te permite moverte, tienes
una excusa para no volver. Además, vas a tener un bebé”. Incluso le pidieron a
su hermano Javier que le convenciera para que desistiera de regresar.
Su hermano nunca llegó a comentarle nada. Antes de que lo
intentara, Nacho le contó que debía regresar, que no podía abandonar la misión
precisamente en el momento más peligroso. Javier notó que su hermano había
cambiado, la muerte de su amigo le había dejado clara la peligrosidad de la
misión y las llamadas con amenazas de muerte eran reales. Con lo que le había
costado aprender a moverse entre los iraquíes y conseguir el respeto de
Martínez, ahora no podía correr y alegar una enfermedad, que realmente tenía,
para evitar su deber. Sin contar con que había aceptado el destino como una
apuesta a largo plazo por su familia: si cumplía, luego se iría a una embajada,
con más dinero y junto a su mujer y sus hijos.
A Nacho le hubiera encantado acompañar a Buqe mientras daba
a luz, pero no pudo ser. Su hija Arieta nació dos días después de su marcha. La
conoció gracias a una imagen que le enviaron vía Internet.
El 26
de noviembre recibieron la visita de los equipos que les relevarían en enero. El
29 pasaron el día en Bagdad y al regresar fueron atacados en Al Latifiya. No había
pasado media hora de los primeros tiros cuando solo quedaban vivos Sánchez
Riera, Merino y él. Nacho estaba parapetado detrás de una rueda de uno de los
vehículo situado la carretera con Merino en sus brazos, muriéndose.
Es
posible que por su cabeza pasaran en esos momentos su mujer, sus hijos, toda su
familia. Pero lo que es seguro, según el testimonio del superviviente, es que
desde que comenzó el ataque nunca pensó en salvar su propia vida teniendo que
abandonar a su compañero herido.
Unas
horas después, su hermano Javier recibía en su trabajo en Palma de Mallorca una
llamada procedente del CNI: “Ha habido un problema en Irak, ha habido un
accidente, hay muertos. Alguno se ha salvado, todavía no sabemos nada”. Se fue
a su casa y puso en la televisión la CNN. Una imagen le destrozó. Sky News
había grabado a una turba de gente quemando los cuerpos de los agentes del CNI y
pisoteándolos. Uno de ellos era sin duda su hermano Nachete.
A su
llegada a Madrid, los cuerpos de los siete agentes asesinados fueron
trasladados al Hospital Central de la Defensa, donde se les hizo la autopsia.
Esa noche, mientras esperaban, Javier Zanón se dirigió al médico de guardia y
le comunicó que Buqe quería ver el cuerpo de su marido. Le contestó que ningún
familiar lo había pedido, pero Javier le cortó y le espetó: “Voy a entrar con
ella y lo vamos a ver sí o sí”.
Cuando
destaparon el féretro, Nacho estaba tapado con una sábana hasta los hombros,
con la cara totalmente deformada. Buqe se inclinó sobre él y sin parar de llorar,
lo besó y lo besó.