martes, 7 de abril de 2020

Algunos secretos de "Nuestro hombre en Bagdad"


El 9 de abril de 2003, hace 17 años, las tropas estadounidenses llegaron al corazón de Bagdad y pusieron fin al gobierno de Sadam Husein, el temible dictador cuyas fechorías durante decenas de años conocían perfectamente Alberto Martínez y José Antonio Bernal, los dos agentes españoles que hasta el inicio de la invasión habían sido las antenas en Irak del CNI, el Centro Nacional de Inteligencia. Es una fecha trascendental porque marca un antes y un después para la vida de esos dos agentes entregados a su trabajo, con muchos sueños por cumplir y con la responsabilidad sobre sus hombros de informar al Gobierno de lo que pasaba en las alcantarillas de Bagdad.
Hace años descubrí que ese momento debía ser el centro de la investigación que estaba llevando a cabo sobre el asesinato de ocho espías en Irak y que terminaría convirtiéndose en mi novela true crime "Destrucción Masiva, Nuestro hombre en Bagdad".
Porque hace 17 años, los dos principales protagonistas del relato que ha publicado Roca Editorial estaban esperando en España a que acabara la invasión para regresar. Lo que habían vivido, como narro en el libro, había sido una etapa dura y conflictiva, habían soportado la persecución implacable de los agentes de la Mujabarat, habían conectado con los sectores más violentos de los grupos chiitas y habían conectado con muchos jefes tribales. A muchos les habían tenido que soltar sobres con billetes, pero eso era lo normal en muchas misiones de espías en países árabes y en muchos que no lo eran.
Sabían, sin embargo, que el regreso sería radicalmente distinto. Muchas de sus fuentes y una gran parte de sus "conocidos", habían pasado a la clandestinidad y se habían unido a la insurgencia, lo que entrañaba un riesgo reconocible: les tenían perfectamente identificados y sus vidas correrían peligro.
Ninguno de los dos dieron un paso atrás. La madre de Bernal le pidió que no regresara, pero él le dijo esa frase que tanto me emocionó la primera vez que la escuché: "Mamá, hay Dios en todas partes". Su madre, su padre y yo interpretamos lo que cualquiera que lea "Destrucción Masiva": José Antonio regresó a Irak dispuesto a entregar su vida.
Alberto Martínez, al que llegaron a calificar como "Nuestro hombre en Bagdad", y de ahí el subtítulo de la novela, siempre tuvo un conflicto interno entre la necesidad vital de acompañar a su mujer y a su hijo, y la urgencia de cumplir con su trabajo. Antes de regresar a Bagdad tras la invasión estadounidense, supo que sus vidas iban a correr peligro, igual que lo supieron los altos mandos del CNI. Estos optaron por enviarles porque nadie como ellos les podían facilitar la información que necesitaban. No minimizaron el riesgo, pero lo colocaron detrás de sus necesidades.
A esa fecha clave del 9 de abril, seguirían otras menos importantes para el mundo, pero sí para mi narración. Por ejemplo el 21 de abril, cuando el presidente Aznar hizo la siguiente afirmación en TVE: "Estoy absolutamente convencido de que esas armas (de destrucción masiva), que existen, acabarán apareciendo". Como he contado a lo largo de la promoción, desgraciadamente interrumpida por el maldito virus, Martínez y Bernal habían informado al CNI y estos a Aznar de que no existían esas armas.
Me he preguntado algunas veces, cuando uno hace análisis de sus propias palabras, si Aznar pudo llegar a creerse que esas armas existían. Puedo aceptarlo pensando que cada uno se cree lo que le da la gana, pero guiado exclusivamente por sus ansias de colocar a España, y colocarse él, a un nivel internacional nunca soñado.
Seguiré contando historias sobre "Destrucción Masiva". Mientras, os dejo el interesante y cuidado podcast que ha elaborado el equipo de Roca Editorial, en el que incluye la dramatización de algunos textos.

https://www.ivoox.com/conversamos-fernando-rueda-autor-destruccion-masiva-audios-mp3_rf_49665535_1.html