Un agente del CNI, Javier Morey, se infiltra en la
comisaría del barrio de El Príncipe, en Ceuta, para descubrir una red de
captación de terroristas yihadistas y si los policías allí destinados,
encabezados por Fran Peyón, les están ayudando al proteger a una banda de
narcotraficantes. Con lo que no contaba el servicio de inteligencia español es
con la posibilidad de que Morey pudiera enamorarse de una bella musulmana,
Fátima Ben Barek, que es hermana de otro narcotraficante e imparte clases en el
Centro Cívico, punto de reclutamiento de jóvenes destinados a inmolarse.
Este es el guión de la serie española que Tele5
emite los martes y que es seguida por cinco millones de personas. La pregunta
que se hacen muchos de ellos es si la imagen que la serie da del CNI y de la
barriada de El Príncipe se corresponden con la realidad.
Los propios creadores de la serie reconocen que la
ambientación del mundo del espionaje se lo han tomado con cierta libertad. Las
imágenes que aparecen del CNI no tienen nada que ver con la realidad.
Los edificios del complejo están rodeados de zonas
verdes muy cuidadas, pero en el interior no existen esos espacios amplios,
llenos de plantas, que aparecen en televisión. Los despachos de todos los jefes
–a excepción de un par de ellos- son pequeños para lo que se ve en ministerios,
los muebles son muy funcionales y las paredes apenas tienen adornos. “En el CNI
estarán encantados de la imagen que se ofrece –dice un antiguo agente
sonriendo-, pero allí dentro todo es funcional, sin espacios para el
modernismo”.
Por el contrario, la actuación de los agentes en
la serie tiene bastante que ver con su arquetipo de comportamiento. “A la gente
le ha podido parecer extraño que se coloquen cámaras para grabar al propio agente
que está infiltrado en la operación en la casa en que vive –dice otro de
ellos-, pero si se puede se hace por un motivo de seguridad, para protegerle,
no para espiarle”.
Morey, un prototipo de lo que es un agente
operativo del CNI, que en Gran Bretaña todos llamarían “James Bond”, mantiene
una relación con la árabe Fátima Ben Barek para sacarla información y parece
que se enamora de ella. En un momento determinado, los jefes del servicio
utilizan las imágenes de ambos haciendo el amor para chantajearla. “El chantaje
es algo habitual en el trabajo de cualquier servicios de inteligencia para
conseguir información –dice un ex agente-. No hay que rasgarse las vestiduras
por ello. La seguridad del Estado está en peligro y hay que utilizar cualquier
medio al alcance para conseguir los fines”.
Lo que los espías consultados no consideran muy
habitual es que los agentes se enamoren de las personas a las que tienen que
controlar. Puede pasar, a veces tienen que simular una conexión especial para
llevar a buen término el trabajo, pero si hay algo más siempre es un problema.
Todos están de acuerdo, sin embargo, en que si un
agente desvela su auténtica identidad y para quien trabaja a una de las
personas a quien tiene que investigar, eso supondría su inmediato cese. “Es
algo lógico –dice uno de ellos- que esa actitud mantenida por Marey en la
televisión nunca sería aceptada por los jefes de un servicio y no solo el
español”.
La obsesión por intervenir todos los teléfonos y
saber lo que se habla, además de instalar programas piratas en los ordenadores
para tenerlos controlados, sí que se corresponde absolutamente con la realidad.
“Una gran parte de la información –dicen- se obtiene cuando los implicados en
un caso se creen lejos de cualquier persona que les podría vigilar”.
No sigo la serie, pero es interesante lo que cuentas, Fernando.
ResponderEliminarLa serie ha demostrado que el publico español gusta de este tipo de historias. ¿Para cuando el cine español hará una película de espías?
ResponderEliminarLa serie policialmente dejaba que desear pero ha ganado mucho con la tensión creada por los guionistas a partir de la mitad de la serie, todo con trasfondo bastante real y actual.
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