El mundo de los detectives españoles es más conocido por lo que describen los autores de novela negra que por lo que podemos conocer a través del periodismo y de sus protagonistas. En mis treinta años de profesión, he investigado, denunciado e informado en numerosas ocasiones sobre hechos protagonizados por estos investigadores privados. Sin embargo, pocas han sido las aportaciones directas de los detectives a ese debate necesario sobre su trabajo diario. Es en este sentido en el que considero de vital importancia el libro “Detectives.Rip”, escrito por Juan Carlos Arias, de la editorial “Seleer”.
A Juan Carlos Arias le conocí cuando éramos dos jóvenes veinteañeros. Nos
sobraba ilusión y nos faltaba perspectiva. Él estaba como loco por contribuir
con su trabajo a la resolución de conflictos que tantas personas y empresas le
encargaban. Actuaban así, él lo sabía muy bien, porque no había nadie más que
pudiera ayudarles. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado han estado
siempre sobrecargados de trabajo y no pueden dedicar a algunos casos el
esfuerzo que muchas personas desearían. En otros temas no delictivos, los
clientes acudían a Juan Carlos, al igual que a sus compañeros, porque
precisaban investigaciones que les aportaran datos necesarios para su vida
privada o para la buena marcha de sus empresas.
Por aquel entonces fue cuando escuché por primera vez el calificativo
despectivo dirigido a los detectives, ese que todavía hoy aparece cuando
alguien quieres menospreciarles: huelebraguetas. Un término que pudo tener
sentido en España y en el mundo cuando los investigadores se dedicaban
principalmente a demostrar que los hombres eran infieles a sus mujeres.
Ese terreno se ha superado, aunque siguen siendo muchos los hombres y
mujeres que sumidos en la congoja de ver su matrimonio en peligro, acuden a
ellos en busca de una información que acabe con sus dudas.
El retrato apasionante que hace Juan Carlos del estado de su profesión en
este libro tiene mucho de realidad y nada de fantasía. Abre la puerta a la
discrepancia sobre sus planteamientos, pero pone el corazón en probar su tesis:
los gobiernos hacen todo lo que está en su mano para impedirles el ejercicio de
su trabajo y hay muchas manzanas podridas que perjudican la imagen que de ellos
tiene la sociedad.
Comparto absolutamente su primera tesis y solo hay que leer los capítulos
en los que describe las leyes que se han aprobado durante la democracia, para
dejar en evidencia lo que me gusta calificar como persecución al trabajo de los
detectives.
Muchas veces he escrito en contra de las limitaciones que el Ministerio del
Interior pone a su trabajo. Cerrando tantas ventanas a su trabajo es imposible
que puedan desarrollarlo como la sociedad necesita. Me atrevería a decir que
los funcionarios policiales tienen la mirada cicatera de quien no quiere
compartir espacio con personas que no llevan una placa y por lo tanto que
necesariamente tienen que saber menos que ellos. Aún más, los consideran
intrusos en un mundo que les pertenece. Se equivocan y mucho.
En una sociedad con tantos delitos, el Ministerio del Interior español
debería aprender de países como Estados Unidos, en los que a cambio de dotarlos
de algunas competencias, consiguen que el trabajo de los detectives se sume al
que realizan los policías. Y este es el quid de la cuestión: sumar y no restar.
Los detectives españoles tienen una formación universitaria y profesional
muy superior a la existente en la mayor parte de los países. Son gente
capacitada para conseguir información y probar sus argumentos. Lo demuestran
diariamente en salas de Justicia y con el reconocimiento de particulares y
empresas que siguen contratándolos a la vista de sus buenos resultados.
Entonces, ¿por qué los que mandan les ponen tantas trabas para su labor?
Solo veo celos y envidias, donde debería haber sana colaboración y
confianza. La Policía no puede con tantos delitos y los detectives ayudarían a
desahogarles de tanto trabajo. No lo han entendido nunca y me temo que la
visión de Juan Carlos no permite abrigar cambios en un futuro cercano.
No soy ajeno al principal motivo en el que se sustentan las críticas de los
cuerpos de seguridad. Los escándalos que aparecen periódicamente en los medios
de comunicación ensombrecen la labor callada y exitosa de centenares de detectives.
Esos escándalos que presentan ante la opinión pública a unos detectives que se
saltan la ley, que corrompen a funcionarios, capaces de cualquier cosa ilegal a
cambio de llenar sus arcas.
Para ilustrar esta realidad, de la que Juan Carlos se aleja con sentimiento
de pena y desprecio, aporta dos casos recientes muy significativos: la
“Operación Pitiusa” y los casos de “Método 3”.
Para mí está claro que la inmensa mayoría de los detectives son gente seria
que trabaja respetando la ley, pero que a veces –una parte de ellos- tontea con
esa línea roja que les han marcado y que les impide conseguir por medios
normales la información que necesitan para sus casos. ¿Por qué no dejarles
consultar el archivo de maltratadas antes de aceptar el encargo de un hombre
para buscar a su esposa? ¿Por qué los políticos contratan continuamente a
detectives para obtener información de comportamientos irregulares de sus
oponentes, cuando luego a la hora de hacer leyes se distancian de su trabajo?
El libro es muy duro con estos comportamientos y a veces he tenido algunas
discrepancias. Me parece mal que los detectives creen una red para compra-venta
de datos, pero creo que el Estado debería facilitarles el acceso a determinadas
informaciones, siempre estableciendo las necesarias garantías. En este sentido,
me ha encantado el caso de Matías Bevilacqua, que hacía trabajos fuera de la
ley en ordenadores ajenos y al que la Policía detuvo en la “Operación Pitiusa”.
Curioso que esas mismas habilidades supuestamente delictivas las empleara al
servicio del Centro Nacional de
Inteligencia (CNI).
Creo que los detectives detenidos por casos de corrupción no eran todos
ellos malos trabajadores. Seguro que algunos tenían una explicación para estar
allí metidos. Yo he seguido el trabajo de Francisco Marco, de la extinta Método
3, y he podido comprobar personalmente el gran trabajo que ha realizado en
investigaciones difíciles y comprometedoras. Eso sí, si él y el resto de los
implicados se saltaron la ley, respetaré las sanciones que acuerden los
tribunales.
Juan Carlos Arias siempre ha sido un valiente y con este libro descarnado
lo demuestra. Nadie como él para echar luz sobre un mundo al que acusan
injustamente de mal funcionamiento. Comparto plenamente sus palabras: “Esta
obra, en suma, reivindica un orgullo profesional y un oficio al que se adjudica
un plus de maldad en los últimos tiempos que resulta injusto y hasta hiriente
para quien vive de ella”.
Pasen y lean. Antes pónganse una gabardina con capucha, pues el chaparrón
que viene es muy grande. Eso sí, les asegura que al final verán las calles por
las que circula el mundo de los detectives con la esperanza de que algún día
todo vaya mejor. Y que muchos investigadores como Juan Carlos Arias seguirán
siempre ahí para ayudarles en lo que necesiten.
(Prólogo que he publicado en el libro "Detectives.Rip" de Juan Carlos Arias)
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