Marita Lorenz ha escrito su biografía –“Yo fui la espía que mandó al
comandante,” editada por Península- y me he quedado pasmado. Su historia es
mucho más dramática de lo que nunca pude imaginar. Marita nació en Alemania en
1939, y con pocos años vivió en un campo de concentración. La liberación fue
para ella algo horrible pues un sargento del ejército americano la violó cuando
solo tenía siete años.
A los 19 su vida cambió
radicalmente cuando conoció a Fidel Castro. Se hicieron amantes y pasó con él
unos meses de profundo enamoramiento. En mayo de 1959 descubrió que estaba
embarazada. Fueron meses felices en los que el comandante la cuidaba y vivía
con él en el hotel Habana Hilton.
Marita se adaptó
perfectamente a las costumbres cubanas, solía ir vestida con el uniforme
revolucionario e hizo muchos amigos y otros que solo buscaban acercarse a ella
por su relación con Fidel. Uno de ellos se hacía llamar Frank Fiorini, un
agente de la CIA que se hacía pasar por revolucionario y que la presionaba
continuamente para que le pasase información sobre Castro. Marita era demasiado
joven e inexperta y le ayudó, aunque convencida de que la información que le
pasaba carecía de utilidad.
En otoño de ese año, Fidel
estaba de viaje y Marita pidió desde la suite que compartía con él que le
subieran el desayuno. Tras beberse la leche perdió el conocimiento. No lo
recobró hasta unos días después en el mismo hotel, pero en una habitación mucho
peor. Tenía dolores insoportables en el vientre, sangraba abundante y se dio
cuenta de que ya no llevaba en el interior a su hijo.
Tuvo fuerzas para llamar a un
conocido, Camilo Cienfuegos, que lo organizó todo para que saliera de Cuba y
fuera trasladada a un hospital de Nueva York, donde le salvaron la vida. Cuando
estuvo recuperada, el FBI y la CIA desplegaron todo su esfuerzo en convencerla
de que le habían practicado un aborto a lo bestia y que el responsable era
Fidel Castro. Ella se negó a aceptarlo, seguía locamente enamorada del
revolucionario.
Durante meses, intentaron
hacerle un lavado de cerebro para que se involucrara en los planes del
espionaje estadounidense contra Castro, en lo que habían bautizado como
“Operación 40”. A la CIA se habían unido exiliados cubanos, mafiosos que
perdieron sus negocios en Cuba y mercenarios.
No tardaron mucho en
convencerla para que asesinara a Castro. El método resultaba bastante sencillo.
Le entregaron dos píldoras que debía disolver en la bebida que le preparara al
cubano. Marita aceptó, aunque no tuvo intención de hacerlo. De hecho, aunque
hubiera querido no habría podido intentarlo: escondió las píldoras dentro de
una crema para la cara y cuando llegó al hotel de La Habana, se habían disuelto.
Cuando la vio, por sorpresa Castro le
preguntó si la habían enviado para matarle, ella le dijo que sí y el
revolucionario le entregó su pistola para que le disparara. Marita nunca lo
habría hecho. Ah, 20 años después, Marita
descubrió que no le habían practicado un aborto. Fidel Castro le presentó en la
Habana a su hijo Andrés.
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