martes, 24 de septiembre de 2013

La odisea de “El Lobo”: “así me captaron” (I)

“Aparezco en todos los libros de historia sobre ETA como el máximo traidor que jamás ha tenido la organización. Mi nombre ha sido maldecido en Euskadi, mi tierra, durante años y sé que tengo precio puesto a mi cabeza mientras viva”.

Así hablaba Mikel Lejarza, “El Lobo”, en uno de los escasos análisis públicos que ha hecho sobre su infiltración en la banda terrorista ETA que le llevó a protagonizar una operación que concluyó con la detención de más de cuarenta de sus terroristas –entre ellos varios miembros de su cúpula- y el desmantelamiento de la mayor parte de sus estructuras clandestinas.

Sin embargo, ETA siempre se equivocó, aunque nunca haya querido reconocerlo. Mikel no era un traidor, nunca lo fue. Eso habría sido cierto si hubiera entrado en la banda terrorista con el objetivo de utilizar las armas para liberar el País Vasco. Pero no lo fue nunca, porque sus relaciones con la banda desde el primer momento formaron parte de una operación diseñada por el SECED –el antecesor del CESID y el CNI- para introducir a un agente en la organización que permitiera acabar con ella.

“En 1973, cuando me metí en los servicios secretos, lo hice porque era un idealista ingenuo que estaba en contra de la utilización de las armas, de la violencia y de los muertos. Por nada más”. Así hablaba Mikel Lejarza, en una entrevista concedida hace veinte años a Xavier Vinader, en Interviú.

“Provengo de una familia católica, apolítica y de condición humilde. Nací en un caserio cercano aVillaro (Vizcaya), pero crecí en el pueblecito de Arcocha (Galdácano). Estudié en los Maristas, fui un chico de parroquia y muy aficionado al teatro. Después pasé a vivir a Basauri, donde me dediqué a la decoración de locales durante una buena temporada. Me compré un piso en laavenida José Antonio y me instalé allí con mi esposa Loli, una vasca de pura cepa como yo. A principios de 1973, a través de un tío mío que era guardia jurado, conocí a dos inspectores de Policía que denominaré con los nombres de “Koldo” y “Lina”. El primero era especialista en grupos trostkistas y colaboraba con el SECED, los servicios secretos creados por el almirante Carrero Blanco”.

Esta amistad fue el inicio del fichaje de Mikel por el espionaje. Koldo le consiguió una recomendación para hacer el servicio militar y poco a poco fue aumentando la amistad entre los tres, que salían a tomar copas siempre que podían.

“Un día me enseñaron el lugar donde cayó abatido “Txiquia” y empezamos a hablar de ETA. Yo era un neófito, pero ellos se referían constantemente a Pedro Ignacio Pérez Beotegui, “Wilson”, como uno de los peces gordos que tenían más interés en capturar. Siempre me pintaban el futuro del pueblo vasco como muy negro a causa del terrorismo hasta que, al final, me preguntaron si estaba dispuesto a luchar contra ETA infiltrándome dentro de ella. Respondí afirmativamente si la cosa se llevaba en el más absoluto secreto. Poco después, “Koldo” me presentó a un miembro del SECED en Bilbao, que utilizaba el apodo de “Pedro”, con el que “empezamos a hablar más en serio”.

Ahí comenzó el trabajo de Mikel antes de infiltrarse. “Pedro” le presentó a “Carlos”, otro policía que tenía un puesto destacado en el SECED, y comenzaron a darle charlas sobre la historia de ETA, su funcionamiento y sobre la mejor manera de provocar el acercamiento.

“Fue un cursillo casero porque en aquella época la realidad es que los servicios de seguridad españoles aún sabían muy poco del tema. La línea de trabajo, me decían siempre, se iría improvisando a medida que avanzara la operación de infiltración, que ellos se encargarían de controlar como “oficiales de caso”. Me hicieron firmar un seguro de vida y empecé a cobrar un sueldo de 25.000 pesetas, además de los gastos que generara. Estaba muy entusiasmado y no era consciente de que desde aquel momento ya nunca más podría dormir tranquilo.”

El siguiente paso fue ejecutar los primeros movimientos de acercamiento, sin que nadie sospechara cuál era su verdadera intención.

“Con ETA entré en contacto a través de varios conocidos que tenía en Basauri, especialmente de dos que ya habían estado en prisión: Miguel Ángel Iturbe, de tendencia “mili”, y Javier Zarrabeitia Bilbao “Fanfa”, miembro de la rama político-militar. Eran los tiempos de agitación en torno al proceso de Burgos y yo siempre procuraba hacer llegar el mensaje de que estaba dispuesto a hacer cosas más serias que repartir propaganda”.

(Continuará)