lunes, 23 de diciembre de 2013

Regalos de Navidad en "La Casa": el director se sonroja

Ocurrió hace ahora 30 años. El golpe de Estado del 23-F estaba reciente y Emilio Alonso Manglano había sido designado director del entonces CESID, ahora llamado CNI. Uno de los mayores impactos que recibió en los primeros meses de su mandato tuvo lugar en la época navideña. Fue una de las cientos de historias que desvelé en mi libro "La Casa" y que ahora recupero como regalo de Navidad.
La sede del servicio de inteligencia estaba situada a principios de los años 80 en el céntrico paseo de la Castellana de Madrid, justo al lado del Ministerio del Interior. Manglano era un director novato que estaba conociendo el funcionamiento de una agencia de espionaje que había estado implicada en el golpe de Estado y que necesitaba urgentemente limpieza y puesta a punto.
Un día muy próximo a la Nochebuena, Manglano estuvo trabajando lejos de su despacho y a media mañana regresó a la sede de Castellana. Se bajó del coche acompañado de su jefe de gabinete y asistieron a un curioso espectáculo: unos trabajadores estaban descargando de un enorme camión de unos grandes almacenes cestas y cajas de navidad. "Estos de Interior -comentó el director del CESID a su colaborador- se van a poner las botas estas navidades". Y sin prestar mayor atención, enfiló a la entrada del edificio que compartían con el Ministerio del Interior.
Una hora después, Manglano volvió a salir a la calle y se encontró en recepción nuevamente con las cestas y las cajas de navidad. Esta vez descubrió a personal del servicio de inteligencia encargándose de la recepción de los regalos. Perplejo, se frenó un momento, se acercó a las cestas y miró los destinatarios de tan suculentos regalos. "Fulanito... director de la división de...", "Menganito...jefe del área de..." o "Zutanito, agente del departamento de...".
Manglano decidió cancelar la reunión a la que pensaba acudir y regresó a su despacho. Ordenó investigar inmediatamente quién había mandado tantos y tan estupendos regalos a su personal. Cuando lo supo, todavía se puso de peor humor.
Convocó a todos los jefes del Cesid  a una reunión urgente. Les anunció que se había enterado de que el Mossad se dedicaba a mandar regalos por Navidad a un montón de agentes, una costumbre que también llevaban a cabo otros servicios como la CIA. Mostró su perplejidad no solo porque se aceptaran los regalos, sino porque los servicios secretos extranjeros dispusieran de todos los datos laborales de tantos agentes, lo que suponía una clara vulnerabilidad.
Manglano ordenó devolver todos los paquetes y anunció expedientes de expulsión para cualquier miembro del servicio secreto que aceptara regalos de otro servicio de inteligencia.
Desde entonces, la Navidad se celebra más austeramente en el CESID-CNI. Como debe ser.

viernes, 20 de diciembre de 2013

John Cairncross, el único proletario del "Quinteto de Cambridge", traicionado por Thatcher


Nacido en Glasgow en 1913, la familia de John no le pudo facilitar dinero, pero de ellos heredó las ganas de trabajar y la inteligencia. Lo demás lo fue conquistando él personalmente gracias a las becas.

Consiguió entrar en Cambridge, donde se afilió como sus compañeros de red al Partido Comunista y, como ellos, se dio de baja cuando su amigo Guy Burgess le reclutó para trabajar para el Komintern. 

Espionaje sobre España 

En 1936 entró en el Foreign Office, donde trabajó en las secciones de Estados Unidos y en diversas de Europa, incluida España durante la Guerra Civil. En ninguno de esos destinos, su actuación levantó la más mínima de las sospechas.

Durante la Segunda Guerra Mundial estuvo espiando en varias secciones, una de ellas la Escuela Gubernamental de Código y Cifra, lo que le permitió  conocer el contenido de los numerosos mensajes que se interceptaban a Enigma, la supuestamente inviolable máquina de mensajes cifrados de Alemania, de la que Hitler estaba tan orgulloso. Los rusos pudieron recibir gracias a él información adelantada sobre los planes alemanes.

John pasó después al SIS, el servicio secreto exterior. Siguió siendo un doble agente de la máxima eficacia, pasando a su controlador ruso información tan valiosa como la del proyecto atómico de Estados Unidos e Inglaterra.

En 1951, su amigo Burgess huyó a Rusia, y los agentes del MI5, el servicio secreto interior, que entraron en su domicilio encontraron entre el material intervenido documentos oficiales con la letra de Cairncross. Durante muchos meses controlaron cada uno de sus movimientos, pero no consiguieron la mínima prueba de que fuera un traidor. 

Sometido a interrogatorios 

Al año siguiente, lo intentaron por la vía directa: le sometieron a interrogatorio. John lo negó casi todo: sólo reconoció que le había pasado a Burgess algunos documentos, pero desconociendo absolutamente que fuera un espía ruso. No formularon ninguna acusación contra él, pero dadas las nuevas circunstancias de desconfianza, decidió irse a vivir a París.

Un año después, Anthony Blunt fue descubierto, con lo que los espías desenmascarados de la red de Cambridge ya sumaban cuatro. El problema en este caso fue que Blunt llegó a un pacto para delatar al espía que faltaba, y a otros vinculados con la red, a cambio de la inmunidad. John ya no pudo negarlo por más tiempo.

Cairncross fue interrogado en París y delató a su vez a muchos colaboradores y agentes relacionados directa o indirectamente con el quinteto: algunos fueron cesados en sus cargos, otros apartados de sus funciones y muchos siguieron como si nada, al no haber suficientes pruebas para probar sus actividades delictivas. 

Pacto de silencio 

Su nombre, el del misterioso “Quinto hombre”, quedó escondido en un cajón cerrado con llave, gracias al pacto de silencio que acordó, como Blunt, con el MI5. Era el año 1964 cuando decidió quedarse a vivir el resto de sus días en París, olvidando para siempre su pasado y sin que nadie pudiera recordárselo.  

En 1979, la Primera Ministra Margaret Thatcher comparecía como tantas otras veces en el Parlamento. La “Dama de hierro” se pasó por el arco del triunfo el pacto acordado 15 años antes y desveló los dos nombres que faltaban por conocer de los traidores de Cambridge: Blunt y Cairncross.

John se quedó perplejo. Su vida no cambió en París, donde se había casado con una mujer mucho más joven que él, pero ahora sus amigos y conocidos ingleses y franceses sabían que había traicionado a su país para servir a Rusia. Eso sí, a diferencia de sus amigos de la red, él sí había luchado por unos ideales proletarios que había mamado desde la cuna.

martes, 17 de diciembre de 2013

"La Casa" no ha cambiado tanto 20 años después

Hace 20 años que publiqué mi primer libro sobre el servicio secreto, que fue también el primero que aparecía en España sobre un tema hasta ese momento secreto y prohibido. Se llamaba “La Casa” e iba subtitulado “El CESID: agentes, operaciones secretas y actividades de los espías españoles”. La editorial Temas de Hoy lanzó al mercado 8 ediciones, el libro fue el más vendido en toda España durante tres meses y aunque hace un par de meses ha salido su edición digital, sus ejemplares en papel se pueden encontrar puntualmente, en alguna ocasión a más de 70 euros (algo desorbitado, la verdad).
Tantos años después, la realidad es que el entonces CESID se convirtió en el año 2003 en CNI, pero los cambios no han sido tantos como podrían parecer. Un amigo me decía ayer que los espías han vuelto a trabajar en temas de extrema derecha, algo que era de vital importancia en los años 80 y 90, pero que dejaron de hacer en la pasada década.
El tema de la lucha antiterrorista siempre tuvo una importancia destacada, aunque ha habido un cambio de matices. Antes era vital la lucha contra ETA y aparecía a mucha distancia el terrorismo de origen árabe. Ahora son cientos los agentes dedicados en toda España a la amenaza islamista y cada vez son menos los que están volcados en perseguir y controlar a los etarras.
Poco o nada ha cambiado en la División de Contrainteligencia, encargada de evitar que agentes enemigos espíen en nuestro suelo. Los rusos siguen siendo tan activos, los de la CIA coquetean y roban al mismo tiempo, los chinos cada vez tienen más presencia y los marroquíes son tan arriesgados cuando tienen que controlar a los disidentes.
En Inteligencia Exterior es donde más se nota en 20 años el crecimiento del servicio de inteligencia. En la segunda mitad de los años 80, el entonces director, Emilio Alonso Manglano, decidió emprender la apertura de delegaciones, pero en 1993, cuando apareció en las librerías “La Casa”, apenas superaban en 20 el número de países con delegados, que en 2013 se ha triplicado. Eso se nota, y mucho, en la calidad de la información.

El funcionamiento sigue siendo el mismo: el gobierno ordena sus prioridades y el servicio secreto las cumple, intentando ambos que no se conozcan los métodos que utilizan. Porque ahí radica la importancia del CESID-CNI: trabajan de una forma en que jamás lo podrían hacer la Policía o la Guardia Civil, quienes casi siempre terminan explicando a los jueces su forma de actuación. El CNI no se lo detalla a nadie. Corrijo, a casi nadie. Porque el responsable político del gobiernosí que suele conocer las operaciones ilegales. Más que nada para que no se lleve las manos a la cabeza si a los espías les pillan in fraganti haciendo lo que no deben. (Continuará).

viernes, 13 de diciembre de 2013

Anthony Blunt, doblemente traidor (espionaje inglés 2)

Ser traidor una vez, implica la dolorosa posibilidad de volver a serlo. Tal y como le ocurrió al que históricamente es conocido como “El cuarto hombre” de la “red de Cambridge”, Anthony Blunt.

Nació en 1907, hijo de un vicario anglicano, que le envió a Cambridge, donde fue un destacado alumno en Historia. En 1932 era ya un agente soviético que comenzó a vivir una doble vida de clandestinidad, que marcaría sus siguientes 50 años.

En 1935 hizo un viaje a la URSS donde se enamoró del país y de su régimen político, pero, eso sí, a distancia. En esos años de convulsión política en Europa, captó a varios colaboradores y mantuvo una relación especial con John Cairncross.

En 1939 consiguió entrar en el MI5 y fue a realizar un curso previo al ingreso de cinco semanas en Hampshire, que no llegó a terminar porque se enteraron de sus ideas comunistas y le echaron fulminantemente. Optó por convertirse en capitán de la Policía y se fue a Francia con la fuerza expedicionaria británica.

No obstante, persistió en su deseo de integrarse en el MI5 y, aunque parezca imposible dada la animadversión a los comunistas, lo terminó consiguiendo. De ahí a pasarse horas y horas fotografiando documentos del servicio secreto inglés apenas pasó tiempo. Su trabajo fue muy útil para los rusos, pero justo es reconocer que no tuvo acceso a una información especialmente valiosa, como el resto de sus compañeros del “Quinteto de Cambridge”.

Meticuloso y entusiasta, fue ganándose la consideración de sus jefes del MI5 y cuando se produjeron las deserciones de Burgess y Maclean, a pesar de su reconocida relación salió airoso, libre de toda sospecha. Y eso que participó activamente en la organización de la huida de ambos. Incluso, cuando muchos años después Kim Philby huyó, Blunt no se mostró ni mínimamente nervioso, mostrando un autocontrol sorprendente.

Su tapadera se demostró perfecta durante años, sin que nadie tuviera la más mínima sospecha sobre él. Adquirió un gran prestigio con la edad consiguió ser nombrado Protector de los Cuadros del Palacio de Buckinham y acumuló los títulos de Sir y Caballero Comandante de la Orden Victoriana.

En 1964 todo pareció acabarse, pero la suerte no le dio frontalmente la espalda. El MI5 le terminó pillando con pruebas fuera de toda duda y él decidió amoldarse a la nueva situación reconociendo todo lo que había hecho con los rusos… absolutamente todo. Eso sí, a cambio de una contraprestación: el servicio secreto inglés silenciaría su participación en la red y su nombre no aparecería en ningún documento público. Así él podría seguir con su vida y sus prestigiosos trabajos cerca de la monarquía. Como consecuencia, continuó trabajando para los rusos, pero informando al servicio secreto inglés de todas las redes comunistas que conociera en el Reino Unido. El acuerdo fue muy productivo para el MI5, aunque con el paso del tiempo el caudal informativo del viejo agente fue tendiendo a cero.

En los años 70, el misterio del “Cuarto hombre” fue creciendo en Inglaterra. Periodistas y escritores especulaban sobre su identidad y la gente no paraba de hablar sobre el tema. En noviembre de 1979, Margaret Thatcher no se mordió la lengua y desveló su nombre en el Parlamento. Había roto el pacto secreto y lo hizo con toda consciencia. Blunt se vio obligado a aparecer poco después en la BBC reconociendo su pecado y la Reina le retiró sus títulos nobiliarios.

A partir de ahí todo fue un drama para el anciano que acababa de cumplir 72 años. Incluso se hizo pública su escondida homosexualidad, que pocos sospecharon dado que también había mantenido relaciones con mujeres. Murió cinco años después. De él escribieron: “El problema de Anthony es que quiere cazar con los sabuesos de la sociedad y correr con las liebres comunistas.”

lunes, 9 de diciembre de 2013

El crimen de Alcásser y el Cesid: la historia de un cese

No me gusta contar historias que no puedo contrastar. Si las cuento es a amigos, pero escribirlas o radiarlas es otra cosa. Hoy lo voy a hacer porque algunos seguidores me han recordado que hace años di algunas pistas sobre el tema. También por que he estado charlando con mi amigo Antonio Salas -cuyo libro "Operación princesa" me tiene enganchadísimo- y salió el tema y me animó a aportar los datos. 
Me la contó no uno, sino dos agentes del entonces Cesid -ahora CNI- que llevaban varios años trabajando en el servicio cuando ocurrieron los hechos. Eran fuentes cercanas entre ellos, por lo que puse en cuestión la autenticidad del relato. Y era tan secreto, que pocas personas más lo conocían y no conseguí arrancarles su testimonio. 
El hecho sabido es que el 13 de noviembre de 1992 desaparecieron las niñas Desiree, Miriam y Toñi en Alcásser (Valencia) y se armó el gran follón en toda España. De entre 14 y 15 años, sus cadáveres aparecieron el 27 de enero de 1993. No solo habían sido violadas reiteradamente, sino torturadas con saña.
En aquellos meses funcionaba en el Cesid el Gabinete de Escuchas, que interceptaba de una forma aleatoria las llamadas entre teléfonos móviles que por entonces todavía no estaban al alcance de cualquiera y eran de uso habitual entre potentados e influyentes. Según el relato que me contaron, uno de los agentes que interceptaba las llamadas escuchó una conversación relacionada con el brutal asesinato. Uno de los que hablaba era un hombre que no tardó en identificar como un valenciano influyente con buenas relaciones con el gobierno -al que podría haber pertenecido-. 
Hizo un informe con todos los datos disponibles y se lo pasó a su jefe y éste a su vez al suyo. La respuesta fue nítida, muy clara: abandonar inmediatamente la escucha. El agente recibió la orden, pero no la cumplió. Sin apuntar nada, siguió dejando un hueco cada día al espionaje de tan preocupante tipo. No le duró mucho el esfuerzo por conseguir información. Fue descubierto y fulminantemente expulsado.
Esta historia de un espía que pudo destapar la verdad del caso Alcásser y unos jefes que se lo impidieron, me la contaron -sé que a algún otro periodista también- durante el año 1995, cuando se descubrieron las escuchas ilegales del Cesid. Entonces se desveló el espionaje al Rey, empresarios, ministros y periodistas, pero nadie contó lo de Alcásser. Quizás porque era lo más gordo de todo o quizás porque era simplemente un invento, convertido en leyenda.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Kim Philby, el mejor agente doble de la historia (Espionaje inglés 1)

¿Cómo saber si un agente secreto propio que se reúne con un espía soviético pretende sacarle información o entregársela? ¿Es posible engañar a numerosos interrogadores duchos en su trabajo, cuando el agente investigado por traición es capaz de separar en su cerebro su vida normal de la que realiza al servicio de una potencia enemiga? ¿Es factible que ni tu propia familia sepa que eres un traidor durante 30 años?

Estos son sólo algunos de los interrogantes que el siglo pasado se plantearon en Inglaterra destacados dirigentes del MI5 –el servicio secreto interior- y del MI6 –el servicio secreto exterior, conocido inicialmente como SIS-.

Un grupo de jóvenes estudiantes que habían cursado estudios en la elitista universidad de Cambridge volvieron locos al contraespionaje inglés, que nunca pensó que sus enemigos comunistas de la Unión Soviética fueran capaces de penetrar en la clase alta inglesa para captar a unos jóvenes con una prometedora carrera. Al menos cinco de ellos fueron descubiertos, aunque algunos otros permanecieron en el anonimato a cambio de su confesión y otros no llegaron jamás a ser descubiertos.

Harold Adrian Rusell Philby –Kim Philby- fue sin duda el mejor de ellos. Nacido en 1911 en La India, tenía un padre influyente que vivía en aquel país que le abrió las puertas de la élite inglesa. Cuando siguiendo la costumbre familiar ingreso en Cambridge, no tardó en abrazar la ideología comunista junto a sus más íntimos amigos. Mientras estudiaba militó en el partido, pero sagazmente recomendado por su controlador soviético, abandonó cualquier idea progresista para abrazar públicamente el fascismo. Paradoja extraña que al ser llevada de una forma discreta fue aceptada por su entorno sin demasiados miramientos. 


Recomendado al duque de Alba


De hecho, al abrigo de esas falsas simpatías, consiguió que su padre le recomendara ante el embajador español en Inglaterra, entonces el duque de Alba, para conseguir una carta de recomendación que le permitió cubrir para el Times la Guerra Civil española. Nadie se enteró durante los años que duró la contienda, que ese apuesto, tartamudo y bohemio inglés pasaba información a los rusos, que le habían encargado, entre otras misiones, el asesinato del general Franco, misión que pudo realizar, pero sólo si era a consta de su vida, algo que no se llevaba en aquella época.

Herido en la batalla del Ebro por una bomba de origen ruso lanzada por los republicanos, fue condecorado por el propio Franco, que posteriormente le concedió una entrevista, de tanto éxito que la reprodujo el diario ABC.

Tímido, prudente y suspicaz, acabada la guerra estuvo una temporada en Francia, también como periodista, para recalar definitivamente en Londres, donde consiguió con la ayuda de sus amigos de Cambridge, también captados por el espionaje ruso, que entrara en el SIS, precisamente en la división de la península Ibérica.

Tanto había disimulado sus convicciones políticas comunistas, que los altos mandos del espionaje inglés decidieron nombrarle tras la Segunda Guerra Mundial jefe de la división contra los rusos, que él mismo levantó. Esta etapa se movió entre éxitos que le facilitaron los propios rusos para apoyar su cobertura y fracasos inherentes a una misión tan complicada. Después fue enviado a Turquía para seguir espiando a los rusos, con cuyos agentes se reunía con el parapeto que suponía estar intentando captarles para la causa de occidente. 


Espiando a la CIA


A finales de los años 40, tuvo la suerte de ser destinados a Estados Unidos, donde trabajó en el corazón de la naciente CIA. En el mismo país acabaron destinados sus amigos y también topos de la URSS Donald Maclean y Guy Burgess, a los que alertó durante el escándalo de los espías atómicos para que huyeran a Moscú antes de que les detuvieran. Sabía lo que arriesgaba, pero tenía muy presente que si eran detenidos, en los interrogatorios saldría a relucir su nombre y podría acabar su carrera de agente doble en la cárcel.

Huidos sus colegas, los americanos quisieron interrogarle, pero el SIS creyó en su inocencia y se lo llevaron a Inglaterra. No obstante, sufrió tantos interrogatorios que cualquier otro habría soltado algún comentario imprudente que le habría implicado en el caso, pero Philby estaba muy seguro de sí mismo. Cada vez bebía más, pero eso en aquellos tiempos era algo bastante connatural a los espías y nadie lo interpretó como un signo de debilidad.

Incluso algunos tabloides se atrevieron a señalarle más tarde como “El tercer hombre”, pero uno de los ministros del gobierno le defendió públicamente diciendo que no había pruebas contra él.

Philby quedó marcado por aquel episodio, pero siguió colaborando con el SIS, aunque con un nivel de confianza menor. Muchos creían que era culpable, pero nadie había sido capaz de probarlo.

En los años 60 recuperó su antigua profesión de periodista y se fue a vivir a Beirut. Allí siguió aumentando su cantidad de ingesta de alcohol, lo cual parece ser que comenzó a afectarle. En 1963, un colega del servicio secreto fue a visitarle. Dos desertores soviéticos habían dejado en evidencia su doble juego y Kim confesó por primera vez, treinta años después de haber sido captado, que trabajaba para los rusos.

Lo lógico hubiera sido que le hubieran detenido en ese momento o que le hubieran sometido a una dura vigilancia, pero nada de eso ocurrió. Unos días después, cuando iba con su mujer a una fiesta ofrecida por un miembro de la embajada inglesa, puso un pretexto, se bajó del taxi y desapareció. Tardó meses en aparecer en Moscú, pero los espías ingleses no dudaron desde el primer momento de que se había fugado. 

Condecorado por Rusia, Inglaterra y España


Fue condecorado en Rusia con la Orden de la Bandera Roja, como lo había sido en Inglaterra con la Orden del Imperio Británico, a las que sumaba la española Orden del Mérito Militar con distintivo rojo.

Hasta que falleció en 1988, se había casado cuatro veces, dos de ellas con mujeres que en el momento de conocerle estaban casadas.

La constatación de su traición fue un duro golpe para Inglaterra, aunque habría sido todavía peor detenerle y que quedara en evidencia el pésimo control al que habían sometido a sus agentes. Porque Philby había ejercido de comunista en su juventud y nunca nadie lo tuvo en cuenta. Quizás porque nadie sospechó en su reclutamiento que un personaje de la élite inglesa pudiera ser un fervoroso comunista. Fue uno de los mejores agentes dobles de la historia, cuyo engaño hizo un daño terrible al servicio secreto inglés, del que tardaría años en recuperarse.

martes, 3 de diciembre de 2013

Armada creyó que el Rey quería el golpe y luego calló para protegerle

La muerte del general Alfonso Armada supone la pérdida de un hombre honesto, que fue sincero mientras pudo. Tuve la suerte de hablar algunas veces con él. Nunca me contó lo que me hubiera gustado sobre el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Pero me permitió entender al hombre al que todos acusaban de ser el cerebro del intento de reconducir la democracia hacia un golpe apoyado por muchos. Sí, muchos, pues no hay que olvidar la reunión que mantuvo con el socialista  Enrique Múgica en Lérida para informarle de los preparativos del golpe. Y que en la lista del gobierno que Armada iba a presentar a los miembros secuestrados del Congreso de los Diputados había gente de derechas y de izquierdas, lo que hizo que Tejero no le dejara dirigirse a los parlamentarios, porque él no había asaltado el Congreso para que esos gobernaran.
El general participó en la intentona golpista porque interpretó por las palabras del rey Juan Carlos que la situación política era muy grave y era necesarioa reconducirla. Nunca habría participado en esa movida a título personal, pues nunca fue un hombre ambicioso. Lo hizo porque creía que eso servía al rey y porque contaba con el apoyo de políticos relevantes, la Embajada de Estados Unidos y algún miembro representativo de la Iglesia.
Él no hizo todas esas gestiones directamente, pues contaba con el apoyo de José Luis Cortina, el jefe de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales del Cesid, como se llamaba entonces el CNI. Lo que pasó es que a él le pillaron y a otros como Cortina no les pudieron implicar.
Los años que pasó en prisión guardó un silencio total, teniendo que soportar las presiones del resto de los golpistas para que explicara el papel del rey. Nunca quiso, ni siquiera cuando abandonó la prisión y se dedicó a llevar una vida apartada.
Lo único que desconozco es si en algún momento pensó que se había extralimitado al interpretar los deseos del rey o si siempre tuvo claro que hizo lo que debía, aunque en el último momento todo cambiara. Me inclino por esto último.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Todos los graves errores cometidos en el asesinato de los 8 espías del CNI en Irak (y II)

Los sangrantes trofeos en los que se habían convertido los espías españoles hicieron que aumentara el número de iraquíes de Latifiya que se congregaron allí. La policía de la localidad decidió comunicar lo que estaba pasando a los militares de Estados Unidos asentados en la cercana base de Mahmudiyah. El teniente coronel al mando envió una compañía con urgencia, aunque ya hacía tiempo que era tarde para los siete españoles.
Cuando llegaron y consiguieron acceder a la escena del ataque, lo que vieron quizás a ellos no les impresionó mucho, acostumbrados a los efectos malignos de los combates, pero a cualquier otro le habría dejado marcado para el resto de sus vidas. Los cuerpos de los siete agentes estaban llenos de sangre, algunos calcinados por el fuego y todos ellos habían sufrido el apaleamiento sin compasión por parte de los ciudadanos iraquíes. Apenas se les reconocía y varios de ellos, al menos, carecían de documentación, que había sido robada. Los soldados americanos cargaron los siete cuerpos y se los llevaron a su base.
Tiempo después, cuando la noche se había apoderado del cielo, pasaron por la zona los tres helicópteros Superpuma enviados por las tropas españolas estacionadas en Diwaniya. Descubrieron los restos quemados de los dos coches españoles pero no había nadie a quien salvar, ni siquiera cuerpos que recoger.
Siete españoles habían fallecido y uno había salvado la vida sin que desde la sede central del CNI en Madrid, dotada de los medios tecnológicos punteros, nadie fuera capaz de ayudarles directamente o de conseguir la colaboración de las fuerzas armadas aliadas. Los coches no llevaban una baliza para indicar su posición y algo había fallado en las radios para que no pudieran enviar sus coordenadas. Sin contar con que ocho espías estaban trasladándose por un país en guerra y nadie sabía en cada momento dónde estaban. Y lo que es seguro, es que en todo el mundo ningún grupo más en el CNI estaba pasando por una situación tan conflictiva.
Además, la coordinación entre los servicios de inteligencia aliados dejaba mucho que desear. Si hubiera existido, los espías estadounidenses habrían informado a los españoles que en ese mismo punto del mapa, unos días antes, un convoy de Global Security, una empresa americana concesionaria del Pentágono en temas de seguridad, había sufrido otro ataque.
30 horas después del atentado, los féretros de los siete agentes, acompañados por el superviviente Sánchez Riera, llegaron a la base aérea de Torrejón de Ardoz. En el Hércules del Ejército del Aire que les transportó, viajaban también el ministro de Defensa, Federico Trillo, y el director del CNI, Jorge Dezcallar, que se habían desplazado a Irak nada más conocer el fatal desenlace.
Dezcallar guardó silencio y Trillo no paró de explicar los datos que le llegaban del asalto. Un ataque aleatorio, la posibilidad de que les hubieran confundido con agentes de la CIA y una venganza perfectamente orquestada por la ayuda española a la invasión, fueron tres de los motivos que barajó.
A las siete de la tarde del domingo 30 de noviembre comenzaron los actos de despedida, controlados y restringidos en todo momento por el CNI, para que sus decenas de agentes que querían participar en el último homenaje a sus compañeros pudieran guardar la clandestinidad que acompaña ineludiblemente a su trabajo. Pero también hubo un número elevadísimo de militares, que habían compartido carrera con sus compañeros, que deseaban participar en su último homenaje.
Los más afectados eran los familiares, incapaces de creerse lo que había sucedido. Unos se habían despedido de sus maridos, hijos, padres o hermanos hacía menos de una semana y esperaban verlos al día siguiente. Iban simplemente a Irak de visita de reconocimiento. Otros, los seres queridos de los que llevaban más tiempo destinados en Irak, los habían visto hacía unas semanas o esperaban que volvieran de vacaciones próximamente. Todos sabían que tenían una profesión de riesgo, que apasionaba a la mayor parte de ellos. Que habían elegido voluntariamente ir y que su trabajo les hacía felices. Pero eso no les servía para evitar el dolor, aunque les daba orgullo para sentir que habían entregado la vida por esa España que tanto querían.
Hubo un pequeño acto de homenaje allí mismo y los cadáveres fueron trasladados posteriormente al Hospital Central de la Defensa, antes llamado Gómez Ulla, donde se les hizo la autopsia y se identificó con certeza quién era quién.
El dos de diciembre se celebró el funeral de Estado en la sede del CNI. Solo se permitió la asistencia de los familiares y de los amigos más íntimos, lo que obligó al resto a seguir el acto desde una sala cercana adaptada para el momento con una gran pantalla de televisión. Estuvieron presentes las principales autoridades del Estado, encabezados por los Reyes y el Príncipe, el presidente del Gobierno y varios ministros. Al finalizar la eucaristía, don Juan Carlos impuso a los fallecidos la Cruz Oficial de la Orden del Mérito Civil a título póstumo. Un momento emocionante que no lo fue para todos.
El motivo estaba en que los fallecidos eran militares y muchos de los allí presentes echaron en falta una condecoración militar. Esta llegó tiempo después y fue la Cruz al Mérito Militar con distintivo amarillo. Un reconocimiento escaso motivado por el hecho de que el Gobierno del Partido Popular defendía que en Irak no había guerra. Motivos políticos guiaron una decisión que fue corregido cuando el PSOE llegó al poder y el nuevo ministro de Defensa, José Bono, la sustituyó por la más lógica Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo.
El cruel asesinato tuvo una gran repercusión en la opinión pública. Miles de ciudadanos acudieron espontáneamente a cualquiera de los lugares donde pudieran homenajear a los fallecidos. Así se vio en las puertas del hospital donde los cuerpos permanecieron muchas horas o en los funerales que las familias organizaron en sus ciudades natales tras el del Estado. Eran héroes que habían entregado sus vidas al servicio de España.
Esta actitud popular de dolor y las informaciones vertidas por los medios de comunicación pidiendo explicaciones de los asesinatos, llevó al ministro Trillo a anunciar que “los presuntos autores del ataque a los españoles fueron detenidos diez días después en una acción conjunta entre fuerzas de la coalición y la policía iraquí”. Trillo explicó en el Pleno Congreso de los Diputados que en Latifiya, lugar de atentado, habían sido detenidas 41 personas entre las que se encontraban los organizadores y los autores materiales de los asesinatos de los agentes españoles.
Pocas horas antes, el ministro había acudido a la Comisión de Secretos Oficiales del mismo Congreso, acompañado del director del CNI Jorge Dezcallar, para anunciar la detención en Bagdad de los cinco presuntos autores el 9 de octubre anterior de José Antonio Bernal, el viceconsejero de Información de la embajada en Irak.
Esa información le sirvió para salir del paso con efectividad, pero la realidad fue otra bien distinta. Las tropas de Estados Unidos habían organizado una operación en Latifiya contra grupos resistentes que atacaban organizadamente a todo lo que olía a occidental. Pero su objetivo no fue capturar a los que tendieron la trampa a los españoles, sino golpear a la resistencia. Nada sirvió posteriormente para explicar el ataque o identificar a los que empuñaron las armas, como queda demostrado en que los familiares de las víctimas no disponen, diez años después, de una versión real de por qué fueron atacados. Algo similar a lo que ocurre con los familiares de Bernal, el primer agente asesinado en Bagdad, que sin duda acabaron con su vida por el fructífero trabajo que estaba haciendo en Irak. Todos ellos siguen esperando una explicación, aunque ya siguen sus vidas sin esperarla.
Unos meses después, el 22 de marzo de 2004, soldados españoles destinados en Diwaniya detuvieron a Flayeh Abdul Zarha Anyur Al Mayali, que durante varios años había estado prestando servicios de traductor y de intermediario a Alberto Martínez, el jefe de la delegación del CNI desde el año 2000.
La historia demuestra que la traición puede apoderarse de cualquier alma y que demostrarlo puede ser harto complicado. Sin embargo, los hechos dejan más que dudas. Alberto Martínez fichó a Al Mayali como traductor mucho tiempo antes de que se iniciara el conflicto y no había nadie en Irak que fuese tan obseso de la seguridad como el español. El iraquí era profesor en la universidad de Bagdad desde 1996 y los dos se entendían a las mil maravillas. Martínez se defendía perfectamente con el árabe, pero Al Mayali le hacía cada día la traducción de los artículos interesantes de la prensa y de otros documentos que le pedía.
Tras el estallido de la guerra, Al Mayali siguió trabajando como informador para el CNI e hizo de traductor para periodistas españoles. Martínez confiaba tanto en él que no dudó en pedirle, tras la llegada de las tropas españolas, que se trasladara a Diwaniya para colaborar con los mandos militares españoles, que necesitaban a un traductor de confianza en su relación con las autoridades y empresarios locales. Al Mayali no solo cobraba de las tropas españolas, sino que se llevaba un porcentaje de las transacciones comerciales que llevaba a buen puerto.
Tras el asesinato de su mentor del CNI y de otros seis agentes, Al Mayali se sintió destrozado y así lo comprobaron todos los que en esos días tuvieron relación con él. Sin embargo, los investigadores del CNI en Irak consiguieron algunas pistas que hablaban de un comportamiento extraño del traductor y pidieron al general Fulgencio Coll, jefe de la Brigada Plus Ultra, que ordenara su detención. Así lo hicieron y lo trasladaron a la base de Diwaniya. Durante cuatro días fue interrogado por personal del CNI que no consiguió arrancar de él una confesión inculpatoria. Al Mayali denunciaría posteriormente que esos días le colocaron una capucha en la cabeza, le impidieron dormir y le sometieron a insultos e interrogatorios constantes. Un trato inhumano y degradante.
Pasados esos días, fue entregado a las autoridades estadounidenses, que le tuvieron once meses encerrado en varias prisiones iraquíes, entre ellas la de Abu Ghraib, tristemente famosa por las fotos difundidas mundialmente con las torturas a que sometían a los presos, y la de Um Qsar. Ni los españoles ni los americanos encontraron pruebas contra él y fue finalmente puesto en libertad sin cargos.   
Mandos del CNI contaron en algún momento a los familiares, en las reuniones que mantenían con ellos, que sospechaban que el traductor podía haber delatado a los agentes, pero con el paso del tiempo abandonaron esa versión. De hecho, antes de la detención de Al Mayali, el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu decidió el sobreseimiento provisional de la causa abierta por el asesinato de los siete agentes. En su escrito especificaba que hasta la fecha –mediados de febrero de 2004- “no se ha llegado a determinar la identidad de las personas implicadas en los hechos descritos”. Las palabras rotundas de Federico Trillo en una entrevista concedida a El Mundo y publicada el 8 de diciembre de 2003, quedaron en nada: “Perseguiremos a los asesinos de los agentes del CNI hasta el fin del mundo”.
La parte de las investigaciones realizadas por el CNI que han podido ser conocidas y las realizadas por otros servicios y periodistas, han sacado a la luz algunos datos importantes. El primero es que el servicio secreto de Sadam Husein tenía puesto en el punto de mira a Alberto Martínez y a José Antonio Bernal, los dos agentes con los que habían mantenido estrechas relaciones durante la dictadura. Les conocían bien, habían creado lazos de confianza y tras la invasión de Estados Unidos descubrieron que les habían estado engañando y solo se podían fiar de los espías franceses y alemanes. Sentimiento similar al que albergaron algunas fuerzas de la oposición, especialmente los chiíes.
Por esta razón, fue un fallo clamoroso que habiendo sido asesinado Bernal en octubre, los mandos del CNI no ordenaran el inmediato regreso de Martínez. Y más cuando Carlos Baró, el jefe del otro equipo, informó al coordinador de la operación en Madrid, que Martínez era demasiado conocido en Irak y que peligraba la misión. Pero eso no fue todo: semanas antes del atentado, Martínez y su segundo, Luis Ignacio Zanón, empezaron a recibir llamadas amenazadoras.
En el CNI valoraron los riesgos, aunque primó la necesidad de obtener información: nadie conocía el mundo de las alcantarillas de Irak como Martínez y su papel para garantizar la seguridad de las tropas españolas lo consideraron insustituible.
Alberto Martínez consideró que los responsables del asesinato de su compañero y amigo José Antonio Bernal habían sido los seguidores chiíes de Muqtada Sadr. Y había advertido a sus jefes del nacimiento de un mando unificado de la resistencia, en el que estaban los extremistas suníes, los terroristas de Al Qaeda y los extremistas chiíes. Entre ellos y el servicio secreto de Sadam  estuvieron los responsables del atentado.
Los actos de homenaje a los caídos no pararon. El más emotivo para los familiares sucedió el 14 de julio de 2004, en la sede central del CNI en Madrid. Ese día, el ministro Bono inauguró un monumento, una llama de bronce colocada sobre un muro de acero con los nombres de los siete asesinados en Latifiya y Bagdad.

Antes de que se cumpliera el octavo aniversario de los asesinatos, el CNI abrió una nueva sala de operaciones con los más modernos medios tecnológicos. La bautizaron, junto con los familiares, como “Héroes de Irak” y dentro, distribuidos por las paredes, están las fotos de los siete agentes asesinados ese día y la de Bernal.