¿Cómo
saber si un agente secreto propio que se reúne con un espía soviético pretende
sacarle información o entregársela? ¿Es posible engañar a numerosos
interrogadores duchos en su trabajo, cuando el agente investigado por traición
es capaz de separar en su cerebro su vida normal de la que realiza al servicio
de una potencia enemiga? ¿Es factible que ni tu propia familia sepa que eres un
traidor durante 30 años?
Estos son sólo algunos de los interrogantes que el
siglo pasado se plantearon en Inglaterra destacados dirigentes del MI5 –el
servicio secreto interior- y del MI6 –el servicio secreto exterior, conocido
inicialmente como SIS-.
Un grupo de jóvenes estudiantes que habían cursado
estudios en la elitista universidad de Cambridge volvieron locos al
contraespionaje inglés, que nunca pensó que sus enemigos comunistas de la Unión
Soviética fueran capaces de penetrar en la clase alta inglesa para captar a
unos jóvenes con una prometedora carrera. Al menos cinco de ellos fueron
descubiertos, aunque algunos otros permanecieron en el anonimato a cambio de su
confesión y otros no llegaron jamás a ser descubiertos.
Harold Adrian Rusell
Philby –Kim Philby- fue sin duda el mejor de ellos. Nacido en 1911 en La India,
tenía un padre influyente que vivía en aquel país que le abrió las puertas de
la élite inglesa. Cuando siguiendo la costumbre familiar ingreso en Cambridge,
no tardó en abrazar la ideología comunista junto a sus más íntimos amigos.
Mientras estudiaba militó en el partido, pero sagazmente recomendado por su
controlador soviético, abandonó cualquier idea progresista para abrazar
públicamente el fascismo. Paradoja extraña que al ser llevada de una forma
discreta fue aceptada por su entorno sin demasiados miramientos.
Recomendado
al duque de Alba
De hecho, al abrigo de esas falsas simpatías, consiguió
que su padre le recomendara ante el embajador español en Inglaterra, entonces
el duque de Alba, para conseguir una carta de recomendación que le permitió
cubrir para el Times la Guerra Civil española. Nadie se enteró durante los años
que duró la contienda, que ese apuesto, tartamudo y bohemio inglés pasaba
información a los rusos, que le habían encargado, entre otras misiones, el
asesinato del general Franco, misión que pudo realizar, pero sólo si era a
consta de su vida, algo que no se llevaba en aquella época.
Herido en la
batalla del Ebro por una bomba de origen ruso lanzada por los republicanos, fue
condecorado por el propio Franco, que posteriormente le concedió una
entrevista, de tanto éxito que la reprodujo el diario ABC.
Tímido, prudente y
suspicaz, acabada la guerra estuvo una temporada en Francia, también como
periodista, para recalar definitivamente en Londres, donde consiguió con la
ayuda de sus amigos de Cambridge, también captados por el espionaje ruso, que
entrara en el SIS, precisamente en la división de la península Ibérica.
Tanto
había disimulado sus convicciones políticas comunistas, que los altos mandos
del espionaje inglés decidieron nombrarle tras la Segunda Guerra Mundial jefe
de la división contra los rusos, que él mismo levantó. Esta etapa se movió
entre éxitos que le facilitaron los propios rusos para apoyar su cobertura y
fracasos inherentes a una misión tan complicada. Después fue enviado a Turquía
para seguir espiando a los rusos, con cuyos agentes se reunía con el parapeto
que suponía estar intentando captarles para la causa de occidente.
Espiando
a la CIA
A finales de los años 40, tuvo la suerte de ser destinados a
Estados Unidos, donde trabajó en el corazón de la naciente CIA. En el mismo
país acabaron destinados sus amigos y también topos de la URSS Donald Maclean y
Guy Burgess, a los que alertó durante el escándalo de los espías atómicos para
que huyeran a Moscú antes de que les detuvieran. Sabía lo que arriesgaba, pero
tenía muy presente que si eran detenidos, en los interrogatorios saldría a
relucir su nombre y podría acabar su carrera de agente doble en la cárcel.
Huidos
sus colegas, los americanos quisieron interrogarle, pero el SIS creyó en su
inocencia y se lo llevaron a Inglaterra. No obstante, sufrió tantos
interrogatorios que cualquier otro habría soltado algún comentario imprudente
que le habría implicado en el caso, pero Philby estaba muy seguro de sí mismo.
Cada vez bebía más, pero eso en aquellos tiempos era algo bastante connatural a
los espías y nadie lo interpretó como un signo de debilidad.
Incluso algunos
tabloides se atrevieron a señalarle más tarde como “El tercer hombre”, pero uno
de los ministros del gobierno le defendió públicamente diciendo que no había
pruebas contra él.
Philby quedó marcado por aquel episodio, pero siguió
colaborando con el SIS, aunque con un nivel de confianza menor. Muchos creían
que era culpable, pero nadie había sido capaz de probarlo.
En los años 60
recuperó su antigua profesión de periodista y se fue a vivir a Beirut. Allí
siguió aumentando su cantidad de ingesta de alcohol, lo cual parece ser que
comenzó a afectarle. En 1963, un colega del servicio secreto fue a visitarle.
Dos desertores soviéticos habían dejado en evidencia su doble juego y Kim
confesó por primera vez, treinta años después de haber sido captado, que
trabajaba para los rusos.
Lo lógico hubiera sido que le hubieran detenido en
ese momento o que le hubieran sometido a una dura vigilancia, pero nada de eso
ocurrió. Unos días después, cuando iba con su mujer a una fiesta ofrecida por
un miembro de la embajada inglesa, puso un pretexto, se bajó del taxi y
desapareció. Tardó meses en aparecer en Moscú, pero los espías ingleses no
dudaron desde el primer momento de que se había fugado.
Condecorado por
Rusia, Inglaterra y España
Fue condecorado en Rusia con la Orden de la
Bandera Roja, como lo había sido en Inglaterra con la Orden del Imperio
Británico, a las que sumaba la española Orden del Mérito Militar con distintivo
rojo.
Hasta
que falleció en 1988, se había casado cuatro veces, dos de ellas con mujeres
que en el momento de conocerle estaban casadas.
La constatación de su traición
fue un duro golpe para Inglaterra, aunque habría sido todavía peor detenerle y
que quedara en evidencia el pésimo control al que habían sometido a sus
agentes. Porque Philby había ejercido de comunista en su juventud y nunca nadie
lo tuvo en cuenta. Quizás porque nadie sospechó en su reclutamiento que un
personaje de la élite inglesa pudiera ser un fervoroso comunista. Fue uno de
los mejores agentes dobles de la historia, cuyo engaño hizo un daño terrible al
servicio secreto inglés, del que tardaría años en recuperarse.