Ser
traidor una vez, implica la dolorosa posibilidad de volver a serlo. Tal y como
le ocurrió al que históricamente es conocido como “El cuarto hombre” de
la “red de Cambridge”, Anthony Blunt.
Nació en 1907, hijo de un
vicario anglicano, que le envió a Cambridge, donde fue un destacado
alumno en Historia. En 1932 era ya un agente soviético que
comenzó a vivir una doble vida de clandestinidad, que marcaría sus siguientes
50 años.
En 1935 hizo un viaje a la URSS donde se enamoró del
país y de su régimen político, pero, eso sí, a distancia. En esos años de
convulsión política en Europa, captó a varios colaboradores y mantuvo
una relación especial con John Cairncross.
En 1939 consiguió
entrar en el MI5 y fue a realizar un curso previo al ingreso de cinco
semanas en Hampshire, que no llegó a terminar porque se enteraron de sus
ideas comunistas y le echaron fulminantemente. Optó por convertirse en capitán
de la Policía y se fue a Francia con la fuerza expedicionaria
británica.
No obstante, persistió en su deseo de integrarse en el MI5
y, aunque parezca imposible dada la animadversión a los comunistas, lo terminó
consiguiendo. De ahí a pasarse horas y horas fotografiando documentos del
servicio secreto inglés apenas pasó tiempo. Su trabajo fue muy útil para los
rusos, pero justo es reconocer que no tuvo acceso a una información
especialmente valiosa, como el resto de sus compañeros del “Quinteto de
Cambridge”.
Meticuloso y entusiasta, fue ganándose la consideración de sus
jefes del MI5 y cuando se produjeron las deserciones de Burgess y
Maclean, a pesar de su reconocida relación salió airoso, libre de toda
sospecha. Y eso que participó activamente en la organización de la huida de
ambos. Incluso, cuando muchos años después Kim Philby huyó, Blunt
no se mostró ni mínimamente nervioso, mostrando un autocontrol
sorprendente.
Su tapadera se demostró perfecta durante años, sin que nadie
tuviera la más mínima sospecha sobre él. Adquirió un gran prestigio con la edad
consiguió ser nombrado Protector de los Cuadros del Palacio de Buckinham
y acumuló los títulos de Sir y Caballero Comandante de la Orden
Victoriana.
En 1964 todo pareció acabarse, pero la suerte no le dio
frontalmente la espalda. El MI5 le terminó pillando con pruebas fuera de
toda duda y él decidió amoldarse a la nueva situación reconociendo todo lo que
había hecho con los rusos… absolutamente todo. Eso sí, a cambio de una
contraprestación: el servicio secreto inglés silenciaría su participación en la
red y su nombre no aparecería en ningún documento público. Así él podría seguir
con su vida y sus prestigiosos trabajos cerca de la monarquía. Como
consecuencia, continuó trabajando para los rusos, pero informando al servicio
secreto inglés de todas las redes comunistas que conociera en el Reino Unido.
El acuerdo fue muy productivo para el MI5, aunque con el paso del tiempo
el caudal informativo del viejo agente fue tendiendo a cero.
En los años 70,
el misterio del “Cuarto hombre” fue creciendo en Inglaterra. Periodistas
y escritores especulaban sobre su identidad y la gente no paraba de hablar
sobre el tema. En noviembre de 1979, Margaret Thatcher no se
mordió la lengua y desveló su nombre en el Parlamento. Había roto el pacto
secreto y lo hizo con toda consciencia. Blunt se vio obligado a aparecer
poco después en la BBC reconociendo su pecado y la Reina le
retiró sus títulos nobiliarios.
A partir de ahí todo fue un drama para el
anciano que acababa de cumplir 72 años. Incluso se hizo pública su
escondida homosexualidad, que pocos sospecharon dado que también había
mantenido relaciones con mujeres. Murió cinco años después. De él escribieron:
“El problema de Anthony es que quiere cazar con los sabuesos de la
sociedad y correr con las liebres comunistas.”
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